
por Simone Ferrari
El pueblo salvadoreño lleva un año bajo Estado de excepción. Militarización de las ciudades, detenciones masivas, juicios sumarios contribuyeron a reducir drásticamente las tasas de homicidio del país, convirtiendo a Bukele en el presidente más popular de América Latina. Los videos difundidos por el gobierno salvadoreño, donde se muestran a miles pandilleros humillados, arrodillados y obligados a correr uno encima del otro, suscitaron olas de celebración en el debate público continental.
Sin embargo, detrás de la enorme máquina de propaganda de Bukele se esconden detenciones de inocentes, eliminación del estado de derecho, acuerdos subterráneos con las maras para permitir la huida de sus líderes y decenas de muertos en las cárceles. Al mismo tiempo, la eliminación sustancial de la separación de poderes en el país ha reducido drásticamente las posibilidades de investigación para organizaciones internacionales y periodistas.
Entre las voces más resonantes en denunciar los abusos de poder de Bukele destaca la figura de Oscar Martínez. Escritor y periodista salvadoreño, Oscar Martínez es autor de varias novelas que exploraron a fondo dinámicas e identidades de las violencias centroamericanas (Los migrantes que no importan, 2007; La bestia, 2013; Una historia de violencia, 2016; El niño de Hollywood, 2018). Además, es jefe de redacción de El Faro, periódico cuyos sistemáticos y documentados reportajes configuran, hoy en día, una de las mayores acciones de vigilancia del poder en El Salvador.
Las políticas de seguridad de Bukele parecen respaldadas por un consenso generalizado entre la población salvadoreña. ¿Es efectivamente así?
Lo que ha pasado en términos de popularidad no nos permite dudar en lo más mínimo: Bukele es el presidente más popular de América Latina, es decir, el presidente quién dentro de su país tiene la opinión más favorable de sus ciudadanos. Desde que llegó al poder en junio de 2019, Bukele ha mantenido un apoyo popular superior al 80%. Lo cual nos lleva a concluir que va a ganar las elecciones inconstitucionales del 2024 y continuará siendo presidente del Salvador hasta 2029. Eso es un hecho.
Otra cosa es lo que hizo con ese apoyo. Podemos decir que Bukele utilizó el poder ganado en las urnas para modificar las reglas del juego político de forma inconstitucional. Logró llegar a ser quien controla los tres poderes del Estado, convirtiéndose en un autócrata. El Salvador no es más una democracia. Es como mínimo un régimen híbrido que tiene algunos maquillajes de democracia y evidentes signos de autoritarismo. Esta es la situación actual, que Bukele sigue alimentando porque sabe que esa popularidad es la que lo sostendrá en las elecciones de 2024, donde por primera vez un presidente va a reelegirse de forma continua en El Salvador desde que firmamos los acuerdos de paz.
La figura de Bukele se está convirtiendo en una referencia política para los movimientos de derecha latinoamericanos, en fase de reconfiguración después de las recientes derrotas electorales en Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Perú. Sin embargo, su opacidad ideológica parece encontrar cierta estabilidad exclusivamente en la lucha a las maras. ¿Cree que Bukele se está proponiendo como modelo fundacional de una renovada corriente conservadora en el continente?
Créeme que le he estado dando muchas vueltas a esa pregunta: si Bukele constituye un modelo nuevo, si ha logrado cambiar las reglas, si ha inventado una nueva forma de consolidarse en una región tan poco democrática como América Latina, donde la gran mayoría de los habitantes no ha vivido la profundización del Estado de derecho. Pero yo creo que no. Yo creo que simplemente Bukele utilizó mejor algunas herramientas y un timing muy concreto.
¿Qué sería lo nuevo de Bukele en el caso de El Salvador? ¿Ha construido pactos clandestinos con las pandillas para lograr tener apoyo electoral y para lograr reducir los homicidios? Esto es algo que en El Salvador lo ha empezado a hacer el FLMN en 2012: no es nuevo.
¿Ha sacado imágenes de cárceles donde asegura que sin que entre un rayo de luz va a dejar a los pandilleros hasta que mueran encerrados? En El Salvador el primer plan “mano dura” fue lanzado en 2003, por el presidente conservador Francisco Flores.
¿Ha centralizado su discurso en el tema de la seguridad y se ha vendido como el superhombre que va a solucionar los problemas? Eso es lo que hizo Antonio Saca en su presidencia entre 2004 y 2009, con el plan “supermano dura”. Es decir, no es una cuestión de originalidad. Bukele ha logrado leer los signos de su región y los ha aprovechado a su manera.
¿Cuáles signos?
Los signos de una sociedad poco democrática y fácil de polarizar. Una sociedad desesperada y decepcionada por la clase política que les traicionó durante décadas. Una sociedad que ya no quiere promesas, sino milagros. Ya no quiere políticos, sino mesías. Ya no quiere que le propongan políticas públicas, sino un plan de salvación. Bukele sabe dirigirse a esas masas desesperadas. Así que no creo que Bukele haya inventado algo nuevo. Creo que ha recogido algunos de los peores elementos de fórmulas viejas y manidas que han ocurrido en América Latina, y los ha sabido utilizar de la mejor forma, como un mago propagandístico que sabe difundir e imponer su mensaje. En cierta medida, recuerda a Fujimori.
Aprovechando un ‘enemigo fácil’: las maras, hacia las cuales la población no tiene alguna empatía.
Correcto. Esto tiene que partir de un punto: una de las peores lecciones que el Salvador ha dado en sus años grises es que el fin de la guerra no es necesariamente el inicio de una paz. El fin de una guerra se decreta, una paz se construye. En El Salvador nunca hubo proceso de reconciliación, nunca hubo un proceso social que enseñara alternativas de diálogo diferente, generación de un tejido social sólido.
En ese nicho prosperaron las maras: grupos criminales que han salvajizado a la población más empobrecida del país. Grupos cuya identidad cultural ha estado construida alrededor del sadismo: mientras más asesino fueras, más puntos ganabas dentro de esa jerarquía de grupo cultural violento. Así que no existe ningún tipo de solidaridad en términos de derechos humanos entre la sociedad civil, y entiendo perfectamente las razones. Al contrario, existe una vocación de venganza y una alergia a comprender las razones por las que esos grupos se crearon.
La sociedad ha estado tan dañada y los procesos políticos han sido tan ineficientes que la población lo único que quiere es que todos los pandilleros se mueran. Si como político lo prometes, eso te va a rendir resultados electorales. Si en cambio como político propones alternativas, mediante las cuales haya una represión inteligente, con mecanismos de investigación consolidados y un sistema de jueces independientes, pero también proyectos de rehabilitación y reinserción en la sociedad, vas a perder las elecciones.
Al salvadoreño promedio se le enseñó una lógica política muy nefasta, que en otros lugares de América Latina también ha cuajado entre la población: se le enseñó que la violencia se resuelve a balazos.
De esta “vocación de venganza” parece apropiarse Bukele en su ejercicio mediático en las redes sociales: el presidente de Salvador está construyendo una nueva narración de la represión, donde se celebra y se mitifica el trato inhumano hacia los pandilleros encarcelados.
Las imágenes recientes de la cárcel, del centro de confinamiento contra el terrorismo, no son nada más que un montaje cinematográfico de propaganda. Bukele escogió a sus personajes como si hiciera casting. Su gobierno puso ahí a dos mil personas tatuadas, que tenían la M y la S en la cabeza. Pero el régimen de excepción, según datos oficiales, se arrestaron 64 mil personas. La gran mayoría de ellas no tiene ningún tatuaje, y está demostrado que un gran porcentaje de las personas arrestadas no tenían ningún vínculo con las pandillas. Hay muchos casos, publicados por el periodismo y las organizaciones sociales, que demuestran que hay gente que está languideciendo en esas prisiones simplemente porque algunos policías consideraron que mostraron nerviosos cuando se le acercaron. Mientras tanto, más de 90 personas han muerto en las cárceles sin que un juez los haya condenado de ninguna forma.
Bukele escogió una puesta en escena de lo que a él le interesaba mostrar. Si mostrara con la misma elocuencia lo que está ocurriendo realmente en las cárceles, la percepción sería totalmente diferente. En el régimen de excepción están muriendo ancianos, obreros, repartidores de comida que fueron arrestados cuando habían entrado a una colonia a repartir una pizza. Pero lo que está mostrando no es eso: es una producción cinematográfica propagandística.
¿Cómo se puede averiguar hoy lo que acontece en las cárceles salvadoreñas?
Desde que Bukele consolidó su pacto con las cúpulas pandilleras encarceladas, el gobierno ha cerrado el control de las cárceles. Ya ni siquiera hay acceso a organizaciones internacionales humanitarias o para pastores evangélicos. No hay ninguna forma de tener veeduría sobre lo que pasa en las prisiones. Ni siquiera hay información pública de cuantos reos hay por cada centro penitenciario o de los índices de hacinamiento. Uno de los rasgos más característicos del régimen de Bukele es su gran interés para que la gente sepa solo lo que él quiere, y nada más. El cierre de información pública ha sido absoluto. Si en términos de políticas y seguridad estamos a un paso de ser una dictadura, yo te lo digo, en términos de información pública ya somos una dictadura.
Estás presentando un sistema de poder extendido y capilar, el cual necesita una estructura de gobierno sólida y fiel. ¿Qué tipo de perfiles políticos rodean a Bukele?
Bukele construyó el núcleo de su poder alrededor de su familia. Quienes realmente ostentan el poder, a pesar de no tener ningún cargo público, son sus dos hermanos, junto con algunos de sus tíos y con unos amigos íntimos desde hace décadas, como el presidente de la asamblea legislativa, uno de los principales defensores de Bukele. Estamos ante una especie de cúpula familiar de control nacional.
Todos los demás funcionarios públicos, deputados y ministros, son cargos meramente administrativos de un perfil político muy bajo, los cuales ejecutan directamente lo que la cúpula manifiesta. Sin embargo, entre esa cúpula y los funcionarios nombrados hay un anillo intermedio muy curioso: un grupo de venezolanos que provienen de las organizaciones de oposición al gobierno de Maduro, y que se han consolidado alrededor de la figura de Leopoldo López.
Entraron al Salvador para dar consultorías en medio de las elecciones presidenciales y se han quedado acumulando gran cantidad de poder en el gobierno de Bukele. Muy curiosamente, han venido al Salvador a replicar toda aquella falta de democracia y persecución que dicen haber sufrido en Venezuela. Ese grupo, dirigido por una mujer llamada Sara Hannah, es el gabinete oculto que se encarga de trasladar las directrices a los funcionarios y de tomar decisiones políticas del ministerio. Son el segundo círculo de poder en el país. El resto de los funcionarios nombrados son simplemente lacayos del poder.
Te apelo como escritor y periodista: contar los abusos del gobierno más popular del continente es un acto de doble valentía. La narración de la represión violenta de las maras generó un monstruo mediático que se autoalimenta con fáciles consensos populares, ignorando sistemáticos abusos de poder, injusticias judiciarias, muertos a mano del Estado. En un contexto tan repulsivo para el trabajo periodístico, ¿cuál es el camino para narrar la realidad social del Salvador hoy?
Es muy complicado. No pretendo matizarlo: yo escribo para una sociedad que mayoritariamente me detesta. Es así. Hay un núcleo de lectores cercanos que consumen el periódico con criterio y que esperan sus noticias. Sin embargo, la mayoría de la gente está embelesada por un discurso que tiene rasgos religiosos: la gente no quiere que le destruyan su fe en ese hombre. Así que se opone a ser documentada sobre cuestiones que contraríen esa fe política que le han concedido a Bukele.
¿Qué es lo que hay que hacer? En primer lugar, el periodismo no se debe a sus lectores y a sus principios, no es un concurso de popularidad. Como ya decía Martín Caparrós, el periodismo muchas veces se trata de escribir contra el público, de decir a la gente lo que la mayoría no quiere saber.
Esa situación ya nos había ocurrido, con alguna diferencia, con la popularidad que tuvo Mauricio Funes, cuando algunas personas de izquierda nos detestaban, porque hacíamos vigilancia del poder que el ejecutaba. Creo que lo único queda es insistir con piezas más sólidas. Si tuviera que hacer una metáfora, te diría que esto se parece a las olas enfrentándose a las rocas. La roca no tiene la voluntad de dejar de ser roca. Solo olas sólidas y constantes van a lograr horadar a la piedra, poco a poco, para debilitar estos muros impenetrables.
No creo que sea una formula muy original: se trata de seguir haciendo periodismo, asumir el ejercicio periodístico de la mayor calidad posible, cada vez mejor documentado. En un momento como este, un error periodístico tendría consecuencias muy peligrosas.