Claudia en León, Xóchitl en Irapuato

Unos aspectos destacan claramente en el arranque de las campañas de las dos principales candidatas a la Presidencia de México.

Claudia apuesta por un enfoque de derechos, propuestas de ampliación del Estado del Bienestar, reformismo y horizontes de superación del neoliberalismo, dentro del marco ya trazado por el obradorismo en el Gobierno, pero con varias novedades y enfoques propios.

En León, Guanajuato, un territorio tendencialmente hostil a Morena, el pasado 5 de marzo, abrió brecha frente a unas 10 mil personas reunidas en el icónico Arco de la Calzada. 

Medio ambiente y sostenibilidad, educación, ciencia y cultura, atención a las mujeres, al sistema de los cuidados, los derechos de pueblos indígenas y afrodescendientes son elementos de diferenciación o de “extensión” de temas que plantea Claudia Sheinbaum respecto de Andrés Manuel López Obrador, y constituyen algunos pilares del “segundo piso de la 4ª transformación”. Asimismo, la reforma de la justicia y la político-electoral, entre otras iniciativas enviadas por el Presidente, se ponen en la mesa, a discusión.

Todavía quedan fuera asuntos fundamentales y tabúes como la reforma fiscal progresiva, con impuestos patrimoniales, revisión de los impuestos a los ingresos y a los grandes evasores corporativos, y el financiamiento de largo plazo del sistema de salud universal, que propone la candidata, y del sistema de pensione, entre otros gastos públicos y nuevos programas sociales que se asumirán como permanentes: esto es importante para darle cimientos sólidos al segundo piso, especialmente en los momentos cíclicos e inevitables de las crisis internas, fiscales o presupuestarias, y los choques económicos, sanitarios o sociales de origen externo. 

Otro tema casi ausente es el de la crisis de las desapariciones en el país, en donde no basta con mencionar que se respetarán los protocolos y los modelos e instituciones vigentes, pues muchos han sido comprometidos en su funcionamiento en la recta final del sexenio y necesitan de una política pública integral, dialogada abiertamente con los movimientos sociales de las víctimas y las organizaciones acompañantes de los colectivos. Con desaparecidos y desparecidas, no hay transformación, es el lema tristemente concreto y plástico de muchas agrupaciones de personas buscadoras en el país y debería ser asumido como una prioridad.

Por el otro lado, Xóchitl, sostenida por una plétora de “intelectuales orgánicos” al neoliberalismo salinista y sus discípulos, quienes invitan a dirigir guerras sucias y campañas de mentiras descaradamente, se enfoca en trabajar con el miedo, la sangre (literal), el dolor y el retorno a un pasado de privilegios y de narcoguerra. Decidió comenzar su gira en Jerez, Zacatecas, y en Irapuato, Guanajuato, aprovechándose del sufrimiento, la rabia y las lágrimas de las víctimas, así como de los miedos de una sociedad lastimada por décadas de violencias estructurales, simbólicas, culturales y físicas. 

Aunque haya mejoras sostenidas en la incidencia delictiva y en la percepción sobre la inseguridad en el país, en promedio, durante los últimos tres años, el resultado ha sido insuficiente en varios territorios que no han experimentado cambios positivos y, ahora, se vuelven banderas propagandísticas de la oposición, hábil en explotar hoy condiciones de precariedad y violencia que ella misma generó ayer. 

Las referencias y semejanzas con la experiencia del Gobierno de Calderón y García Luna, pese a los intentos de deslinde de Gálvez, son cristalinas y presentan nuevamente la pesadilla de más cárceles, presentadas como espantapájaros para “los malos” y “pecadores” de la sociedad, y más militares en las calles con la orden de matar. Porque a ella no le temblará la mano y tiene valor. Un guiño a Bukele y a la política de mano dura sin una estrategia social integral, estructural y universal, sin inteligencia, y apelando al miedo. 

Sin embargo, la seguridad, particularmente la seguridad humana y ciudadana, no son cuestiones de valor y coraje, de balas y de prisiones, sino de atención radical a las causas y a los derechos humanos, una preocupación recurrente en los planes de Sheinbaum y prácticamente ausente de los discursos de Gálvez.

Sellar un pacto de sangre, al estilo de las ancestrales mafias italianas o de las sectas, significa que ya no se cuenta con suficiente credibilidad, que se quiere llegar al extremo para inspirar confianza. 

Cabe mencionar que, además, el compromiso sangriento de la candidata del PAN, PRI y PRD de que, si llega a la Presidencia, no va a eliminar los programas sociales implementados por el Gobierno de AMLO es propagandístico, ya que tales programas tienen rango constitucional y, aun queriendo y con un Congreso favorable a quitarlos, se necesitaría una mayoría calificada para hacerlo. Es decir, la promesa de Xóchitl se cumple automáticamente, así que no necesita pactos ni promesas. 

Toda esta situación, reedición surreal de la guerra sucia del 2006 contra AMLO pero con más apoyo de la DEA y medios extranjeros, me provoca una analogía con las etiquetas de aquellos alimentos que son nocivos para la salud, pero se venden porque declaran que no tienen gluten, azúcares o grasas trans, que no tienen esto y lo otro: en lugar de decirnos lo que sí tendrían de bueno, lo que sí aportarían a la salud, nos dicen lo que no tienen, lo que no harán o lo que no van a cancelar. Bueno, sus propuestas para el bienestar de las personas y para un futuro digno compartido como sociedad quedan fuera, y por lo general son muy pocas. Lo que sí hay dentro de este tipo de ultraprocesados disfrazados de alimentos es que imitan sabores y adulteran sensaciones y emociones, manipulando a quienes los ven, los huelen y los comen. Como en cierta política y en cierto periodismo de comentocracia.

Volviendo a lo estrictamente electoral, Xóchitl va a privilegiar el uso del miedo, la emoción primaria que induce a desear una solución fácil, una mano dura que ella presume y que castigará delincuentes, lo que se ha convertido en este país en una criminalización de la pobreza y en un mecanismo de control social, sin más. 

La idea de una nueva cárcel tipo El Salvador, lanzada al final de una marcha cuasi fúnebre con veladoras en el centro de Jerez, da miedo, así como los pactos de sangre en Irapuato, epicentro de violencia guanajuatense, y el retorno de los militares a lo que “deben y saben hacer”. Es decir, matar sin trabas o “abrazos” de por medio, según Xóchitl, y dedicarse ya no a tareas civiles, como en cambio sucede en muchos países del mundo, sino al combate frontal a presuntos criminales como en la época de Calderón. Nada nuevo bajo el sol pues. 

De Fabrizio Lorusso para SinEmbargo.Mx

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