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[Fabrizio Lorusso – Jornada Semanal del 24-25 de diciembre de 2016] La sala de juntas del Centro Estudios Tepiteños, en el corazón olvidado de Ciudad de México, es un museo de la memoria de una de las zonas más afamadas, e incluso temidas de América Latina. Fotos, trofeos, recortes de periódicos, artefactos barriales y pósteres llamativos decoran sus paredes. “En Tepito todo se vende menos la dignidad.” “Es un orgullo ser mexicano, pero es un don de Dios ser de Tepito”, se lee. Estigmatizado por los medios como madriguera de delincuentes, evitado por mexicanos y extranjeros por su presunta peligrosidad y considerado como el reino de la fayuca, Tepito es un enclave de resistencia, identidad y creatividad. El Centro se dedica a preservar y difundir las tradiciones y las labores de hombres y mujeres comerciantes, artesanos, taqueros, relojeros, inventores, vividores, boxeadores y bailarines que hicieron y hacen cada día la historia de este “otro centro” de la capital. Su frontera principal es el Eje 1 Norte, caótica arteria vial que une el poniente y el oriente de la urbe y en donde está vigente el sistema de circulación de triple sentido: coches de oeste a este; transporte público en el carril exclusivo opuesto; diablitos y motonetas tepiteñas en diagonal o en cualquiera de los anteriores.

Desde temprano el asfalto bulle. Vendedores, transportadores, ayudantes, compradores y buscadores de gangas vivifican el tianguis más grande del continente. El hormiguero no descansa. Del crepúsculo al amanecer el enjambre de repartidores fluye sanguíneo en las vías del mercado. Deslizan diablitos y carritos, vacían almacenes y bodegas, llenan puestos y tiendas incesantemente. “¡Cuidado con el diablo!”, así preanuncian su paso entre la gente. Hay carretillas de carga personalizadas, una trae un cartel motivacional: “Sufren porque quieren, estoy libre y de buen humor. Mañana me iré, guarden luto, chicas, quién sabe si volveré.”

“En Tepito somos gente chambeadora y honesta; hay delincuencia, claro, porque hay dinero, pero el barrio es reconocido mundialmente porque somos fuertes en el baile y se trabaja duro hasta que se hace oscuro, del canto del gallo al del grillo”, explica don Luis, un anciano y enérgico tepiteño quien, orgulloso de su marca de fábrica, siempre trae un tarjetón que lo define: “Hecho en Tepito.”

En los intersticios del tianguis, la calle Tenochtitlan es conocida entre sus frecuentadoras como el “bazar de las ganas”, pero algunos varones la bautizaron como “la calle de las frustraciones”. Es una enorme sex shop callejero donde se vende la gama completa de herramientas para el placer sexual y las fantasías eróticas: vibradores individuales, dobles y circulares de todo color y tamaño; sex toys y masturbadores; vestiditos y muñequitas; artefactos para la estimulación física y la excitación virtual y remota; artículos para el bondage y el sadomasoquismo; libritos educativos y hasta condones de Mickey Mouse con las orejitas que se llenan en el momento culminante.

Alfonso Hernández, hojalatero social y director del Centro Tepiteño, concibió el Safari Tour del barrio, llamado Tepi-Town Tour en inglés, con el cual da a conocer sus rincones ocultos y curiosidades a un público de investigadores, periodistas e interesados. “En Lion, en 1988, se inauguró la Rue Tepito porque el gobierno de Mitterand promovió intercambios artísticos y culturales entre Francia y los barrios populares mexicanos, y hemos estado también en Colombia y Chile para explicar cómo sobrevivimos y no hemos sido barridos por la depredación urbana o por el narco, pese a que la opinión común sostenga lo contrario”, precisa.

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Del viejo Tepiqueuhcan al barrio bravo

Aquí el comercio es una vocación ancestral. Ya desde el siglo xiv la zona estaba reservada a los mandaderos y mensajeros de los señores de Tlatelolco. Justo por su estructura laberíntica y porque funcionaba las 24 horas, Tepito fue elegido por el último tlatoani, Cuauhtémoc, como refugio ante la invasión de los españoles. Hoy, en la esquina entre las calles Constancia y Tenochtitlan, una placa recuerda que estamos en “Tepiqueuhcan [nombre indígena de Tepito], lugar en donde empezó la esclavitud y fue hecho prisionero Cuauhtémoc la tarde del 13 de agosto de 1521.” El sitio de los ibéricos y de los tlaxcatlecas duró noventa días y después Cuauhtémoc fue sometido al suplicio de la quema de los pies. Desde entonces Tepis, como se le conoce coloquialmente, ha sido un arrabal de indios y migrantes de otros estados, artesanos y comerciantes, en resistencia.

Por eso la pertinacia de sus habitantes es notoria y se le llama “el barrio bravo”, indómito y salvaje. Pero el apodo es válido también porque Tepito siempre ha sido un semillero de campeones de box y luchadores de todo tipo, además de ser un nodo de tráficos, fortunas y miserias en que la policía tiende a no entrar. De todas maneras, los locales, cansados de las etiquetas negativas y los estigmas, invierten los términos de la ecuación al decir, más bien: “¡Bravo el barrio!”

“Tras la masacre de la conquista, la capital azteca apestaba tanto que Cortés se estableció más al sur, en Coyoacán, y desde allí ordenó la construcción de la iglesia de San Hipólito, que hoy es el santo patrono de Ciudad de México y se celebra el 13 de agosto, justo en el día de la caída de Tenochtitlan”, narra Alfonso. En Tepito las tradiciones indígenas no se han apagado del todo. El dios prehispánico Xipe Tótec, “Nuestro Señor el Desollado”, una deidad sin piel que propicia la renovación y la fertilidad, aún protege las calles del barrio. “Metafóricamente los comerciantes reconstruyen a diario el esqueleto del dios con tubos de metal y repisas de madera, mientras que las lonas y las sombrillas forman su segunda piel y completan el armazón del tianguis”, explica Alfonso. “El obrero trabaja para comer, el comerciante para vivir bien”, reza la filosofía del mercado.

Un puesto en renta cuesta alrededor de 200 o 300 pesos al día y los espacios disponibles están repartidos al cincuenta por ciento entre la gente de la zona y los externos. El día de descanso es el martes. Después del terremoto del ’85, fue escogido este día para las obras de remoción de los escombros y de reconstrucción; ahora los martes son días libres y las calles semivacías dormitan.

“Contrario a lo que se cree, el comercio aquí genera una riqueza suficiente para que los hijos vayan a la escuela y egresen de universidades privadas de prestigio como el Tec o la Ibero”, destaca Alfonso. “Y están los llamados Marco Polo de Tepito, que viajan a China para traer a México las novedades. Son muchos los que hablan inglés o mandarín y, a veces, convencen a sus papás a seguirlos en Oriente, haciendo de guías turísticas para ellos, de Beijing a Shanghái”, relata.

Hugo Bautista arregla relojes, tiene su puestito en la calle Tolteca, en frente del sabroso restaurante La Güera, un punto de no retorno para los paladares amantes de las migas y de las emociones especiadas. Pocos dirían que gracias a su oficio Hugo ha podido viajar tres veces a Europa. “De este puestito he podido ahorrar en el pasado para tomar cursos de relojería en Suiza y conocer otros países, luego hasta encontré a mi esposa por allí”, cuenta Hugo mientras muestra sus fotos en la feria del Salón Mundial de Relojería Baselworld de Basilea. En la calle Díaz de León se consiguen a precios increíbles todas las novedades de la electrónica, tanto originales y de buena marca como clonadas o chinas. Algunos mayoristas están tan a la vanguardia que Sony los considera “pioneros del mercado” y los invita cada año a Las Vegas a la Feria Internacional de la Electrónica de Consumo.

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Las 7 cabronas y la resistencia cultural

En Tepito rige una suerte de matriarcado. Se dice que “los hombres llevan los pantalones pero nada más a la tintorería”, porque en muchas familias son las mujeres quienes se la rifan y necesitan volverse “más cabronas que bonitas” para sacar adelante a la familia, independientemente de la buena voluntad o de la presencia de los hombres que eventualmente las acompañen. En este entorno nació el proyecto de historia oral y difusión cultural, coordinado por la antropóloga catalana Miereia Sallarès, Las 7 cabronas e invisibles de Tepito, que nos cuenta las vicisitudes de siete mujeres admirables y resueltas, siete cabronas que antes eran invisibles y ahora representan el lado femenil y luchador del barrio que se las arregla en la jungla de la megalópolis.

En 2007, el exjefe de gobierno del df, Marcelo Ebrard, ordenó la expropiación de unos predios anunciando que finalmente se había expugnado la fortaleza de Tepito para restituir a la zona “su dignidad con modernidad y legalidad”. El político no sabía que la verdadera “fortaleza de Tepito” es otro condominio. Desde 2009 allí se pueden admirar la estela conmemorativa y la obra de street art mural sobre Las 7 cabronas… El visitante no va a ver escritos los nombres de estas mujeres, pues sus historias se entienden como universales para “las de ayer y las que vendrán”, como indica la placa.

Cerca de la Fortaleza, en Alfarería 12, está la Santa Muerte más famosa del mundo. Es un icono popular, con su guadaña protectora y segadora. Representa una devoción prohibida por la Iglesia pero practicada por millones. En el verano de 2001, la guardiana de la imagen, doña Enriqueta Romero, la puso en el balconcito de su casa porque ya no tenía espacio adentro y desde entonces el flujo de personas que la visitan y que el primero del mes acuden al rosario no ha parado. La Niña Blanca o Flaquita es la patrona del barrio. “Tengo siete hijos, cincuenta y siete nietos y treinta y ocho bisnietos”, refiere Enriqueta, “y cuando era pequeña heredé la devoción de una tía que traía una imagen de la Santa siempre consigo”.

Los sabios tepiteños cuentan que antes había vecindades de tipo “mediterráneo”, cerradas y protegidas, con casas de ladrillos, un patio central y dos salidas a la calle. El terremoto del ’85 asoló la ciudad y el modelo de vivienda cambió según las líneas del Banco Mundial: casas más compactas y estandarizadas y edificios más bajos con cimientos firmes que, sin embargo, representan un tercio del costo total de las construcciones. Así, se tuvo que ahorrar en otras partes de las casas. Para un barrio como Tepis el problema es evidente: se ha demostrado que la arquitectura estándar más económica, en el lapso de una década, fractura los núcleos familiares y reduce la calidad de vida. “Es como comprarse zapatos mal diseñados de un pésimo material”, avisa Alfonso. “Recuerda que estamos en el cuadro b del Centro Histórico, expuestos a las especulaciones, porque los terrenos y los negocios tienen un alto valor y son ambicionados por el gran capital; es un problema que no se ve pero existe”, detalla.

Con el ángel de la guarda en chinga

En la década de los años cincuenta el antropólogo estadunidense Oscar Lewis vivió en la Casa Blanca, una vecindad tradicional de Tepito, y documentó la vida de una familia en su libro Los hijos de Sánchez. Acuñó el término “cultura de la pobreza”, la idea de una pobreza vivida con dignidad, y contradijo el discurso propagandístico del entonces presidente Miguel Alemán, que presentaba un país moderno e industrial. Tepito se volvió, por tanto, un asunto de Estado, una vergüenza más que esconder. “Las viviendas se reconstruyeron tras el sismo, pero antes cada familia se juntaba alrededor de un oficio y un taller y ahora ya no, las personas tienden a quedarse fuera de las unidades, en la calle, y el tianguis se transformó en un ancla de salvamento”, explica Alfonso. Y sigue: “No han sacado a la gente todavía, pero la abandonaron a su suerte, y así el crimen y la dejadez de las autoridades hacen de Tepito un santuario de impunidad; los chicos se chingan solos con las drogas y las personas se matan entre sí, por lo que el gobierno, cuando habla mal de la informalidad y del ambulantaje, no sabe que para nosotros es una modesta fábrica social contra la poderosa industria del crimen.”

En 1970, Lewis, que había sido expulsado del país, escribió Una muerte en la familia Sánchez, en donde describe la muerte de una tía de esta familia que vivía por la calle Panaderos, que hoy es famosa por dos motivos: el crack y la comida rica. Bajo la lona de doña Elvia hierven ollas, frituras y pasiones. La señora muestra la portada de la revista Playboy en la que se publicó un reportaje sobre sus migas, el plato típico que preparaban las abuelas en tiempos de crisis usando pan, ajo, huesos y patas de cerdo, cartílagos y carnes frías. Son imperdibles sus gorditas de piloncillo de a peso. Por la calle Mineros destaca el Mural de los Ausentes, dedicado a los caídos del barrio, y en la Peralvillo la galería j. m. Velasco, en donde siempre hay exposiciones y talleres. El tour acaba aquí pero podría ser infinito, como las historias y los personajes de Tepito, barrio ancestral de maravillas en donde todos traen en chinga a su ángel de la guarda

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