El Direttore (relato del terror burocrático-autoritario) @LaSemanal @lajornadaonline

El direttore[Fabrizio Lorusso – Jornada Semanal del 6 de enero de 2017 – Link 1 – Link 2 PDF: El Direttore – Fabrizio Lorusso – Jornada SemanalLink 3 ISSUU] El Direttore, recién llegado, se presenta siempre diciendo que la puerta de su oficina está y estará abierta para cualquiera. Y en seguida le pone candado. Parece un santo o algo más, un apóstol redivivo y milagroso. Igualmente es uno abierto al diálogo, pero al final decide él. Se ríe contigo del mal chiste televisivo más reciente y del meme más impertinente, finge empatía y platica de futbol para endulzar la amargura de las injusticias que comete.

No es un líder, carece de seguidores en twitter así como en la vida real. En su perfil de Facebook las selfiesson abundantes, el egocentrismo reina ridículo y solapa su timidez. Tampoco El Direttore se parece a un capo, al estilo del que cantaban los sempiternos Tigres del Norte en su corrido: “Soy el jefe de jefes señores/ Me respetan a todos niveles/ Y mi nombre y mi fotografía/ Nunca van a mirar en papeles/ Porque a mí el periodista me quiere/ Y si no mi amistad se la pierde.” Del jefe, finalmente, sólo tiene el atuendo, la corbata y el saco de marca, además del pillo de quien repite a todos, como burla estruendosa, que “valen mil” mientras los va jodiendo día tras día. 

El Doctor-Licenciado-Director se la cree, pero no gestiona ni manda realmente, más bien impone. Siempre llega de fuera con “ideas frescas” que son versiones recicladas de fracasos anteriores, reincidentes como trágicos loops y reloads. Su autoridad no existe, es un espejismo del sistema burocrático. Es un título honorífico o de estudio, un papel sin vivencia. Su presunta capacidad se diluye ante su propia inseguridad. Él reacciona si se le corrige, se altera si se le aconseja. Su liderazgo es flaco. Llegó hasta donde llegó por ser un gran aguantador, servir a alguna patria o a ninguna, ganar concursos absurdamente concertados o a lo mejor por conocer a los amigos de los amigos en el paraíso.

El Direttore es un tecnócrata total con poder parcial y a los trabajadores los maltrata porque puede. Sin más. Divide et impera, decían los latinos. Dos o tres amiguitos, los demás bandidos. Para él, la sociedad, el resto, la masa, no son nada más que individuos, cósmicamente aislados y dispersos, como sostenía la Lady de Hierro inglesa, Margaret Thatcher (que en paz descanse). Nada de que los maestros, los oficinistas o los obreros se organicen para pedir algo, no puede haber representantes e intereses en común porque hoy ya somos todos freelance, profesionales con recibos de honorarios y microempresarios de nosotros mismos.

Los nuevos “emprendedores de la precariedad”, más bien, se sienten terciarizados por la vida y el trabajo, eternos outsiders del sistema que sigue desarrollando el subdesarrollo. Mas El Direttore, ¿qué va a saber de eso? Tiene cosas más importantes que hacer, se pasea en el coche institucional mientras concluye, pensativo, que los sindicatos, donde aún perviven, son una desgraciada herencia del siglo xx o incluso del xix, algo retro pero no de moda.

El mandón te da la mano para saludar, pero no te echa la mano si estás en problemas. Para él, eres parte del changarro, de la escuela o de la empresa sólo si te callas sabrosamente. Saluda profusamente a sus empleados con la sonrisa y con la voz el primer mes. Hace muecas indecentes con la cara y bosteza al pronunciar “buenos días” el mes siguiente, y finalmente acaba volteando la mirada, la cara y la barriga frente al saludo de la gente común y corriente que lo rodea. No hay motivo para ello, es la praxis, o quizás haya razones técnicas, como cuando se descompone el refrigerador, se va internet o hay calentamiento global. Es la ruda técnica, nada más. Al final El Direttore se asemeja a la mujer anhelada por los poetas medievales del Dolce Stil Novo, la que te regala un gentil saludo y te concede un etéreo cruce de miradas una sola vez, saliendo de misa, siempre y cuando esté muy enamorada o a punto de despedirte.

The man se muestra falsamente solidario con el subordinado, lamenta sus comunes condiciones de seres humanos tristes y mal pagados a la merced de la crisis global, pero se echa a los bolsillos la modesta cifra de 100 o 200 mil pesos mensuales. Más: interminables vacaciones pagadas, acceso con teletransporte desde la oficina a salas vip, vuelos en primerísima con masajes, invitaciones a los party del mundo que cuenta, y fringe benefits superiores a los de un diplomático estadunidense durante la Guerra fría. Él no se considera uno, sino trino: padre, hijo y espíritu coach. Apadrina y sugiere privadamente, presumiendo recetas de éxito, al tiempo que amenaza y regaña, enrareciendo el ambiente y reiterando que sería mejor para todos pensar en alternativas y buscarse otra chamba. Pero él tiene el puesto garantizado, sus escuchas no.

Hay veces que el dirigente es extranjero y viene a México “en misión”, no como humilde misionero sino como inversionista, funcionario público, empresario o adjunto de algo o alguien. Su visita al “país tropical” se concreta en mayores sueldos, a veces correspondidos en divisa extranjera, eurodólares, hectolitros de champaña o barriles de oro negro, pues México es considerado un área riesgosa del cosmos y entonces la remuneración crece. De esta manera, El Direttore logra asumirse como un noble pionero, sacrificado en aras del progreso, que ha escogido la peligrosa onda latinoamericana arriesgando su estabilidad psicofísica pese al sinnúmero de privilegios de los que goza. Su discurso es frustrado, su añoranza del país natal es endémica y las quejas sobre las condiciones de su vida en el exterior son obsesivas.

El dirigente-misionero pide esfuerzos a todos, anuncia recortes y “racionalizaciones” a empleados, migrantes, precarios y colaboradores de todo tipo, que son contratados a destajo semestralmente y ganan veinte o treinta veces menos que él. Gente sin jubilación ni futuro que debe soportar el speech y la arrogancia de un jefe demediado y pequeño, temeroso del diálogo y de los acuerdos. El Direttore es tristemente débil, por eso lo escribimos con mayúscula para compensar, y es un coctel fantasioso de figuras, por lo que cada referencia es puramente casual 

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