México, Haití, Brasil y las “misiones de paz”

Haiti minustah

México con Casco Azul

(De Variopinto Al Día) En la Asamblea de la ONU, la semana pasada, el presidente Enrique Peña Nieto anunció la próxima participación de México en las operaciones de mantenimiento de la paz (OMP) de las Naciones Unidas que aprueba el Consejo de Seguridad de la ONU. En otras palabras, enviará contingentes civiles y militares para integrarse con las fuerzas de los Cascos Azules. Esto, desde luego, representa una gran novedad para la política exterior del país y su tradición castrense no intervencionista.

La diplomática y ex embajadora de México, Olga Pellicer, en una entrevista con Carmen Aristegui enNoticias MVS, celebró la noticia, al considerar “sorprendente” que México ya no estuviera involucrado antes en ese tipo de operaciones. “No participar me parecía que era una manera de eludir una responsabilidad que cumplen países latinoamericanos”, precisó.

En efecto hay varios países latinoamericanos, como por ejemplo Uruguay, Brasil, Venezuela, Bolivia y otros nueve, que envían al extranjero, bajo el mando de la ONU, tropas, personal civil y grupos de profesionales. Dentro de la comunidad internacional, la participación en misiones de Naciones Unidas atribuye, sin duda, “cierto estatus” a los países, más allá de lo que sería cumplir con una “responsabilidad” o un compromiso “moral”.

La idea de crear “prestigio” manu militari, aunque en el ámbito de Naciones Unidas, y la implementación de una estrategia de “potencia internacional o regional mediana” están detrás del anuncio presidencial, además de la aspiración a contar más en el concierto mundial y en sus instituciones, y a ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad, en caso de que éste se reforme para permitirlo. Ambos objetivos están, ya hace muchos años, también en la agenda exterior de Brasil.

El partido México-Brasil

En la primera mitad del 2014, el relajo mediático y la desinformación mundialista en la arena informativa mexicana y en las redes sociales propiciaron visiones pesimistas y denigratorias sobre ese país sudamericano, dirigidas a presentarlo como inseguro y peligroso, como un pésimo destino para las inversiones extranjeras, de las que México anhela tener la porción más grande, vendiendo en el extranjero sus reformas estructurales y falsas pacificaciones del territorio como panaceas.

En realidad, tanto México como Brasil padecen de altas tasas de violencia, ambos con 23-24 homicidios por cada 100 mil habitantes, aunque los niveles de esta violencia se explican con causas y factores diferentes. De hecho, pese a la retórica gubernamental y a la propaganda, bastante eficaz en el exterior, en México la narcoguerra no se ha acabado, pues muchos estados están en el descontrol.

Además, México ha firmado muchísimos convenios internacionales, que se respetan poco, para la protección de los derechos humanos, además de un sinnúmero de acuerdos comerciales, y ha sido muy activo en promover hacia afuera una imagen de tolerancia de los DH y respeto de las reglas (comerciales y del estado de derecho), mientras hacia adentro la situación es bien diferente. Lo mismo ocurriría con el asunto de las misiones: enviar tropas para la “paz” en el mundo cuando sobre el territorio nacional aún imperan la violencia, la inseguridad humana y jurídica, pues allí es donde servirían más misiones realmente pacificadoras.

Igualmente se ha presentado a Brasil como una economía estancada, pues este año mostró una “recesión técnica”, sin considerar que, en una década, entre 40 y 50 millones de brasileños se incorporaron a la clase media, y por ende al mercado y al consumo, con derechos laborales y salariales dignos, gracias a las políticas de corte socialdemócrata y de redistribución de la riqueza del ex presidente Lula y de la actual mandataria Dilma Rousseff y no por medio de la entrega de los recursos energéticos y el desmantelamiento de los derechos laborales.

Partes del aparato mediático mexicano, ligadas más o menos al gobierno y a su discurso, parecen orientarse hacia la polarización de la relación México-Brasil, hacia la contraposición de los dos, en una competencia global en la cual hay que conquistarse el primer lugar en las preferencias de los inversionistas a toda costa. Y en México, ese costo, se ha traducido en los últimos 30 años en pobreza, desigualdad y marginación.

La ocupación militar de Haití

De entre las 16-17 misiones ONU en el mundo, Pellicer mencionó un caso específico, el de Haití, para que México, eventualmente, se integre a los cascos azules, ya que en Haití la operación es “encabezada por países latinoamericanos” y “México de manera natural tiene un lugar”. Cabe destacar que la MINUSTAH, Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití creada en 2004, está justo bajo el mando de Brasil y hablar, en este caso, de misión de paz es un eufemismo. La Misión en el país caribeño tiene tareas de policía y militares para el control, mejor dicho “la ocupación”, del territorio.

Además de ser responsables de la epidemia de cólera que ha hecho casi 9000 víctimas y más de 700mil contagios en cuatro años, los cascos azules brasileños, latinoamericanos y de otras regiones se han manchado con crimines y abusos a los derechos humanos desde su llegada en 2004 hasta la fecha. En particular, para mencionar un ejemplo, protagonizaron las misiones de “pacificación” en el barrio de Citè Soleil, invadiéndolo a cañonazos y matando a decenas de inocentes para buscar a presuntos delincuentes y a seguidores del ex presidente Jean Bertrand Aristide, víctima de un golpe y deportado por militares estadounidense en el mes de febrero de ese año.

Justo su expulsión forzada, orquestada por la CIA y el International Republican Institute de EEUU y otras potencias hegemónicas en la isla, como Francia y Canadá, justificó la entrada del ejército ONU en apoyo al régimen antidemocrático (2004-2006) del presidente Alexandre Boniface y su primer ministro Gérard Latortue en el cual hubo 4000 asesinatos por motivos políticos.

Entonces, si por un lado, en ocasiones, la MINUSTAH también ha tenido tareas positivas de protección de la población tras catástrofes naturales y en momentos de conflictividad política, también ha actuado como fuerza extranjera de control social, al margen de las decisiones del gobierno local, y al servicio de Estados Unidos, in primis, pero asimismo de un orden geopolítico regional preestablecido que va en detrimento de la autodeterminación de un pueblo que nunca pudo consolidar su democracia de manera autónoma.

El razonamiento y cuestionamientos fueron el mismo después del terremoto del 2010: ¿Por qué la comunidad internacional y Estados Unidos envió a tantos militares (más de 20 mil sólo de EEUU) junto a la ayuda humanitaria en un país que es de los menos violentos del continente? Haití tiene una tasa de homicidios de 7 cada 100mil habitantes, no de más de 20 como México y Brasil, o de 10 como la “pacífica” Costa Rica.

Los mecanismos, a veces perversos, de la cooperación internacional y las misiones que hace más de 20 años, con nombres diferentes, han sido conducidas por la “comunidad internacional” en Haití han tenido resultados controvertidos y dudosos, si no es que desastrosos, quitando soberanía al país y provocando constantes protestas de la población. México no ha participado en los asuntos militares y policiacos de Haití, (porque eso significa la MINUSTAH) lo cual a todas luces, en ese y otros contextos, ha sido una ventaja.

La opinión pública mexicana, ¿estaría de acuerdo con el envío de tropas para las misiones de paz, si éstas se llamaran con su verdadero nombre, o sea, operaciones de guerra o de ocupación?    @FabrizioLorusso

4 Comments

Lascia un commento