En la madrugada de este 3 de octubre, Italia tuvo que olvidarse temporalmente de sus problemas políticos internos, de sus crisis de gobierno y de las recientes condenas de Berlusconi, para despertar dentro de una pesadilla humanitaria sin precedentes.
Entre 200 y 300 migrantes de Eritrea, Somalia y Ghana fallecieron como consecuencia de un dramático accidente durante su navegación en un barco que había salido de Libia el día 2 octubre, aproximadamente a las 5 de la tarde. En él viajaban 500 migrantes en total y, doce horas después, se encontraban ya a pocas millas de la costa de Lampedusa, isla sureña de Italia.
Al amanecer, los migrantes prendieron un fuego para señalar su presencia a bordo y pedir ayuda a las autoridades y a los pescadores que iniciaban sus actividades en los alrededores. Sin embargo, el fuego desató un incendio imparable que causó el hundimiento del barco y la muerte de centenares de hombres, niños y mujeres. De los 500 africanos, sólo 155 han sido rescatados, por lo cual la cifra oficial de las víctimas no es definitiva y podría legar a más de 300 personas.
El lunes pasado otros 13 inmigrantes, de un total de 200 a bordo, habían muerto frente a la costa de Ragusa, en Sicilia, porque sus “coyotes”, es decir los criminales dueños del barco en que viajaban, los habían obligado a echarse al mar a latigazos.
Hoy, Italia tendrá un día de luto nacional. Algunos políticos del centro-izquierda italiano, como Nichi Vendola y Cecile Kyenge, Secretaria para la Integración, han levantado sus voces contra la Ley Bossi-Fini que establece el delito de inmigración clandestina, criminalizando al migrante como tal, y castiga incluso a los que ayudan a los extranjeros a ingresar al país. Por eso, los barcos de pescadores, a veces, llegan a ignorar las señales de las embarcaciones en dificultad.
Desde 1988 a la fecha, las estadísticas nos muestran la realidad de un “mar de la muerte”, ya que en las aguas del Mediterráneo han fallecido en promedio entre 6 y 7 personas al día durante más de dos décadas. Esta tragedia es enorme, pero es simplemente la punta de un iceberg.
Y es que la migración y sus protagonistas, en sus viajes de la (des)esperanza, suben por el eje Sur-Norte y tienen que pasar por desiertos y guerras, persecuciones, campos de refugiados, prisiones y chantajes de todo tipo para poder llegar a las costas del norte de África y de allí, otra vez, viajar por barco, apiñados como animales, hasta las islitas como Lampedusa, tierra de pescadores y de muchos Ulises modernos, perdidos en su odisea sin fin. Lampedusa es parte de Sicilia, de Italia y de Europa. Es el extremo meridional y marítimo del continente, pero parece otro mundo.
El gobierno italiano, en esta ocasión como en otras, ha tratado de llamar la atención de la Unión Europea acerca del fenómeno de la migración a través del Mediterráneo, ya que esta emergencia permanente tendría que considerarse como un problema común, no sólo italiano, pues Italia representa una puerta de entrada para todos los países de la Eurozona que, sin embargo, no se hacen responsables por lo que ocurre en esta frontera mortífera e invisible.
La agencia Frontex, creada en 2004 justamente para patrullar las fronteras europeas y hacer operaciones de rescate marítimo, ha padecido recortes presupuestales cada vez mayores y simplemente no opera en el Mediterráneo como se había previsto en un principio.
Por un lado, Italia pide ayuda a Europa, pero, por el otro lado, ha sido omisa o, cuando menos, ambigua: en abril de 2012, la Secretaria de Gobernación Anna María Cancellieri, firmó un acuerdo con el Consejo de transición de Libia, después de la caída de Gadafi, que permitía a las autoridades italianas interceptar a las personas que pedían asilo político y entregarlos de vuelta a los soldados líbicos, sin considerar, pues, ni siquiera el derecho a la condición del “refugiado”. De: Revista Variopinto al Dia – Fabrizio Lorusso – Twitter @FabrizioLorusso