Marilú Oliva y Francesca Gargallo: discriminación de género en la literatura @JornadaSemanal @LaJornada

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(De Jornada Semanal del 5 – 11 – 2016 link) Marilú Oliva es una escritora italiana de novela negra, policíaca y ensayos. Su obra narrativa se basa en la introspección psicológica y el develamiento de los estereotipos, en profundas, amargas y catárticas visiones filosóficas sobre el tiempo y la vida y, finalmente, en análisis irónicos y despiadados sobre las contradicciones de la sociedad y los personajes multifacéticos que la pueblan. Pero también es maestra, en la acepción amplia del término: docente en las aulas de las preparatorias de Bolonia, Italia, y luchadora dentro de un entorno social y, en lo específico, de un sector como el medio editorial y literario, en donde la discriminación de género y las prácticas antiéticas son notorias. Lo hace a través de batallas sobre el terreno y de escritos críticos, por ejemplo el publicado en el número 934 de este suplemento, “Feminicidio y barbarie contemporánea”, y muchos más en medios italianos como CarmillaOnLine,Huffington Post, Thriller Magazine, radio, canales televisivos y en Libroguerriero, el blog colectivo coordinado por la autora. En 2013, Oliva también coordinó la colección de cuentos Nessuna più. 40 scrittori contro il femminicidio (Ni una más. 40 escritores contra el feminicidio), una obra coral única en el panorama editorial de Italia, en la cual participan cuarenta narradores y narradoras a partir de un caso defeminicidio reportado por la prensa en los últimos años. El libro, que está siendo traducido al español por un equipo de traductores de la carrera de letras italianas de la unam, es un esfuerzo para dar visibilidad a un fenómeno cultural y social complejo, indignante y deliberadamente ignorado o distorsionado por los medios de comunicación y la clase política. 

Este verano surgió un debate público entre políticos, grupos editoriales e intelectuales italianos justo acerca del feminicidio, un fenómeno aún poco comprendido en el Bel paese. Hay quienes no perciben el carácter de emergencia social y cultural de los asesinatos contra las mujeres perpetrados por motivos de género, es decir, por ser mujeres, al hablar de estadísticas “positivas”, de crímenes en disminución. Por otro lado, hay quienes, con razón, subrayan el carácter endémico, persistente y culturalmente arraigado de todas las formas de violencia contra las mujeres. Entonces, más allá de las cifras sobre las víctimas de los feminicidios, tanto en Italia como en México el problema es más profundo de lo que puede imaginarse. Las autoridades lo han soslayado, junto con sus propias responsabilidades, y de esta manera se han justificado socialmente crímenes, abusos y discursos misóginos. La cultura machista, incrustada en la sociedad y en las instituciones, es la piedra angular de una emergencia que se detecta en distintos ambientes y sectores.

Por ejemplo, volviendo al tema literario, reflejo directo del milieu en que se desenvuelven las mujeres narradoras, en una nota enviada a blogueros y a la prensa, titulada “Cómo tratan a las escritoras en Italia”, Oliva ofrece un cuadro desolador y realista de la situación que experimentan las mujeres en general y las creadoras en particular en el entorno social italiano. El caso es emblemático de una realidad generalizada y preocupante que, indudablemente, atañe al México actual y a muchos más países y mercados editoriales de América Latina (y no sólo). Por su valor de denuncia, su descripción actualizada del contexto y como toma de conciencia, la reproduzco aquí íntegramente:

Elegí escribir una nota sobre este argumento porque me toca personalmente y considero que hay un nexo muy estrecho entre la consideración en que se tiene a la mujer en un país, es decir en qué medida un bagaje cultural machista incide en los espacios y las posibilidades que se le dedican, y la violencia contra las mismas mujeres. En Italia los datos sobre el desempleo femenil son aterradores: 2.3 millones de mujeres están sin empleo, pese a su nivel de educación: cuarenta por ciento cuenta con un título de bachillerato o universitario. Las mujeres tienen un mayor riesgo, además, de caer en circuito de la precariedad (Instituto Nacional de Estadística, 2015) y de todas formas avanzan menos en la carrera aunque están más formadas. Si tuviera que resumir, banalizando, este proceso, diría que en Italia hay una latente certidumbre de que las mujeres valen menos. Hagan lo que hagan. Y no pareciera nada extraño que sean muy pocas en las dirigencias de hospitales, de la política, de la industria, etcétera… Es natural que, en un contexto de este tipo, en cualquier campo la parte femenina sea afectada por este tipo de menosprecio. Me refiero a mi área de competencia, la de la narrativa y, en lo específico, de la novela negra (narrativa noir), considerada hace tiempo un coto masculino. En Italia las escritoras mujeres no son maltratadas, pero ocurre algo peor: simplemente no son consideradas. Son mencionadas e involucradas mínimamente. En nuestro país es pan de cada día que la gente se jacte diciendo: “Yo no leo a las mujeres”, como si semejante afirmación confiriera mayor calidad a su estatus de lector. Si se dan una vuelta por cualquier librería, van a encontrar sobre todo a autores hombres, pese a que los cursos de escritura (frecuentados solamente por aspirantes) están repletos de mujeres. Los jurados de los premios literarios tienen preponderancia masculina, así como las páginas culturales de los diarios: entonces es fácil sacar conclusiones: ¿Adivinen cuántas reseñas reciben las mujeres, sobre todo si son principiantes? ¿Adivinen cuántas mujeres ganan los premios literarios? Y si planteas el problema, inmediatamente se levanta alguien a minimizarlo o a remarcar la baja consideración hacia el género con frases como: “¿Qué quieres, las cuotas rosas también en la literatura?” Y cada vez nosotras a contestar: “No, no queremos las cuotas rosas en literatura. Las quisiéramos dentro de su cabeza.”

Al respecto he conversado con Francesca Gargallo, feminista y escritora mexicana, originaria de Italia, quien publicó en México su primera novela, Días sin casura, en 1986 y es autora de narrativa (Al paso de los días, Marcha seca, La decisión del capitán, entre otros), poesía (Se prepara a la lluvia la tarde, Itinerare, etcétera) y ensayos como Saharauis. La sonrisa del sol y Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra América. Dice Gargallo: “En un principio el feminismo mexicano me trataba como a todas las artistas, sin importar su forma expresiva, porque no pertenecía al círculo selecto de sus favoritas, que no eran más de dos, pues no había tanta apertura hacia la crítica del arte y no se reconocía el camino de liberación a través de la construcción de personalidad y creatividad de las mujeres.” El carácter del movimiento, sin embargo, fue cambiando y el feminismo mexicano se volvió enemigo de los letrados de escritorio.

“Así fue que unos cuantos críticos literarios empezaron una labor de odio hacia las mujeres quienes, según ellos, escriben mal, no son capaces de sostener una literatura universal, tienen historias repetitivas, no venden por ser escritoras de segunda y cosas por el estilo”, recuerda. Hubo un cambio temporal, un “mini boom local en los 90”, pero duró poco, pues “tocó apenas a unas tres o cuatro escritoras, y luego las volvió a relegar en la cocina, a las historias de amor, catalogándolas como cursis, mientras que las demás ni importaban ya”.

En México, el perfil del estudiantado en las escuelas de escritura y en las academias de arte está compuesto en un setenta por ciento por alumnas. No obstante, “menos de una cuarta parte de ellas serán creadoras con algún derecho o momento de visibilidad”, aclara Gargallo. Y hay otros problemas comunes entre Italia y México: “Las escritoras no son más del catorce por ciento de los autores editados y cinco por ciento de los que reciben una crítica constante y no destructiva a su obra. Además incide la edad, pues no ser joven significa no ser suficientemente explotable, el lanzamiento durará más tiempo y la fama menos; es una cuestión de rentabilidad, no de calidad.” Las tendencias monopolizadoras de las grandes editoriales y las dificultades de las pequeñas e independientes, atadas a los fondos estatales, no abonan a la renovación del sector y al cierre de la brecha de género. “Hoy, para una mujer que no quiere responder a un mercado, sino a su voluntad de decir y crear, queda poco espacio en México: o se dobla ante las transnacionales o se mantiene a flote con editoriales pequeñas, que pueden ser buenas pero muy débiles.”

Finalmente, concluye Gargallo, “creo que las feministas deberíamos tener el gusto de leer a mujeres a un precio accesible para nutrirnos de un mundo de fantasías alternativo al de la violencia y de los atropellos, privilegiando narraciones de liberación estética, cuentos de lo verdadero y lo posible, por encima de la ideología del ‘sálvese quien pueda y quien esté más listo’, pues me parece que el odio hacia las escritoras crece en el mundo editorial justo porque somos capaces de seguir creando historias fuera del mundo de las imposiciones”

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